Paseos y excursiones:
Isla Tenglo, rincón natural
Mónica Pons Eduardo EpifanioExiste un asentamiento de pescadores y desde sus orillas la perspectiva de la ciudad y el seno de Relancovi toman otras dimensiones.

Para saber qué ofrecía la isla Tenglo, enfrentada con Puerto Montt, decidimos realizar el cruce del angosto canal que la separa de la vida urbana, conocer su interior y descubrir sus secretos.
Al costado de la entrada al mercado de Angelmó hay un muelle desde donde parten servicios de traslado en bote, algo típico del lugar. Nos ubicamos en una vieja embarcación de madera a remo, que se comparte con los lugareños, y mientras nos despegábamos de la orilla pudimos contemplar en conjunto los característicos restaurantes de los palafitos, la costanera y el puerto.
En ocho minutos nos dejaron en la otra costa y nos recibió un viejo edificio de madera que fuera en otros tiempos el hotel y restaurante de la familia Hoffmann. Se hicieron famosos sus tradicionales curantos de hoyo, elaborados con receta chilota.

Caminando por la orilla del canal hacia La Puntilla, fuimos descubriendo la naturaleza agreste de la isla y llegamos a la amplia playa de arena volcánica en la que ya había gente tomando sol y hasta salvavida. Nos sentamos para observar la amplitud del paisaje y enumerar cada uno de los edificios y puntos de interés que conocíamos de la ciudad.
Sus habitantes son pescadores, que conforman un barrio de viviendas sencillas y cuentan con un reducido puerto que protege sus coloridas embarcaciones. A través del nombre de una de ellas conocimos una leyenda popular del sur chileno. Le llaman La Pincoya a una figura que representa a una joven hermosa con traje de algas, famosa por descubrir en el fondo del mar las zonas de buena pesca. A ella se encomiendan estos duros hombres de mar. Varias fiestas costumbristas y de la Virgen de Lourdes son compartidas con visitantes que saben de sus fechas y tradiciones.
Caminamos hacia la margen sur, que no nos permitió seguir caminando por sus enormes rocas en forma de paredón, pero donde hicimos un alto para contemplar la amplia bahía.

Regresamos hasta alcanzar el sendero que nos llevaría a la enorme cruz instalada en la cima de un pequeño monte que ya habíamos visto iluminada de noche. Luego de unos veinte minutos de intensa trepada, nuestro esfuerzo físico fue recompensado con la visita panorámica que obtuvimos desde allí. Como fondo, los volcanes Osorno, Puntiagudo y Calbuco y por delante la moderna edificación de la costa. Descubrimos otros senderos para trekking y el murmullo amplificado del movimiento urbano.
Como corolario de la visita a la isla, nos quedó el recuerdo de esa caminata intensa en un entorno tranquilo y de naturaleza campestre. También, la magia de un punto de vista distinto al que llevábamos antes del cruce.

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