Paseos y excursiones:
Volar sobre el Pacífico
Mónica Pons Mario PtasikComo en un planisferio gigante, mar y tierra se integran y agigantan mientras la serenidad de los pilotos experimentados hace que no notemos cuán lejos del suelo estamos.
Es bien sabido que el océano Pacífico a la altura de la región de los lagos de sur de Chile tiene características propias y está plagado de islas, algunas cercanas y otras muy lejanas del continente. Observar desde el aire el movimiento de las aguas y los promontorios rocosos es una posibilidad deslumbrante.
Partimos del aeroclub de Puerto Varas en compañía de Santiago Vidal, quien fijó su instrumental hacia el noroeste. De a poco quedaron atrás el lago Llanquihue, el volcán Osorno y Puerto Montt; nos despedimos de sus estuarios para dirigirnos al gran mar. Con nuevo rumbo hacia el sur, comenzamos a divisar la isla inmensa de Chiloé; a pesar de la altura pudimos descubrir lo agreste de su recorte costero. Pequeños islotes con población pesquera y otros sólo habitados por fauna marina aparecieron ante nuestra vista. Luego, distinguimos las ciudades de Ancud y Castro, donde finalmente aterrizaríamos.
Santiago nos comentó algo acerca de historia de la aviación en la zona. En el pasado cercano, la isla no contaba con caminos y se comunicaba con el continente por la navegación marítima. Pero ante las emergencias sanitarias fue necesario que la aviación civil llegara con prontitud a destino. Fue así que el gobierno chileno tuvo en cuenta esta carencia y financió los vuelos con traslado de enfermos, de evacuaciones inesperadas o para apagar incendios forestales. La situación dio origen a la creación de aeroclubes que, a su vez, formaron pilotos profesionales más por necesidad que por placer. Hoy, la excelencia de nivel de pilotaje se muestra en cada una de las entidades de la isla que dedican horas a esta forma de comunicación.
Al sobrevolar la comuna de Ancud, al norte de la isla, divisamos el pulmón verde del parque nacional Chiloé. La avioneta experimentó un pequeño bailoteo como para mantenernos atentos a tanta belleza. Allí la naturaleza, virgen e intacta, mostró su paz y silencio. Continuamos hacia el sur por la costa, atravesamos varios lagos y llegamos hasta la Quellón, última población importante.
La charla durante la travesía nos hizo conocer algunos detalles que desconocíamos. Gracias a ella descubrimos las salmoneras con sus barcos gigantes y las fábricas de “pellet” que es el alimento de los salmones. También, observamos embarcaciones más pequeñas comandadas por miles de hombres que hacen que esta industria prospere.
Desde el extremo sur isleño, dimos vuelta el mapa y subimos hacia Castro mientras admirábamos cada uno de los puntos importantes de Chiloé. Durante el aterrizaje aparecieron sus palafitos pintados de mil colores, sus caminos y la ciudad misma, con iglesia, plaza principal y su vegetación. Si desde el aire se veía encantador, al tocar tierra nos pareció más linda aún.
Fue la culminación de un viaje de dos horas sobre el violento, azulado y profundo océano Pacífico, del que apreciamos sus islas pobladas y también las vírgenes. Nos recibió el histórico aeroclub en el que, desde su inauguración en el año 1946, se formaron pilotos extraordinarios; agradecimos a Santiago por la experiencia y por dejarnos soñar con algo tan maravilloso como contemplar la vida desde el aire.
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