En el sector más alejado de la costa, el muelle es visitado en algunas ocasiones por lobos y tortugas marinas. Gran cantidad de aves revoloteaban sobre nuestras cabezas y parecían acompañar nuestros pasos.
A la distancia, hacia el faro, vimos grupos de pescadores. Más cerca, el club de yates y sus veleros multicolores se mecían junto a algunas embarcaciones de excursión.
Nos sorprendió la óptica diferente con que se observaba la costa desde el extremo del muelle. Tomamos fotografías de todo el sector urbano, con sus enormes edificios, sus balnearios bañados por el mar, con las montañas como telón de fondo.
A pocos pasos de allí, dos museos muestran los acontecimientos que marcaron los inicios de la vida antofagastina. El muelle data de 1880 y era utilizado para el envío de cargamentos de sal que llegaban hasta ese lugar por ferrocarril.
Un detalle significativo y artístico es que en el piso del muelle se han abierto las “Ventanas al Tiempo”, aberturas transparentes por las cuales se tiene contacto visual con el agua y parte de la estructura del atracadero original.
En una charla con personas que viven en Antofagasta, nos transmitieron su beneplácito por la puesta en valor de este bien patrimonial. A nosotros el paseo nos permitió tomar aire marino fresco y conocer algo más de la historia atrayente de la ciudad.