Paseos y excursiones:
Flotando en la laguna del salar
Mónica Pons Jorge GonzálezEl extenso salitral de Atacama atrae por sus colores contrastantes: el blanco de la sal, el esmeralda de las lagunas y un cielo casi siempre azul y despejado.

A pocos kilómetros de San Pedro de Atacama, se accede a su famoso salar donde el suelo parece estar compuesto por baldosas romboidales y el horizonte es infinito. En su interior, varias lagunas tienen vida propia a partir de sus propiedades increíbles.
Realizamos el trayecto en nuestro vehículo hacia la laguna Cejar, que algunas guías turísticas aún designan con su viejo nombre: Cejas. La carretera es de un material que llaman “vichufita”, compuesto por arcilla, sal, manganeso y agua, y resultó muy compacto; en escasa media hora estábamos en destino.
En realidad, la laguna se dejó ver mucho antes de nuestra llegada, ya que la vimos como una gran mancha de color turquesa en medio de la nada. Al acercarnos, descubrimos que estaba rodeada por pajonales de fuertes colores verde y amarillo. Ese fue el primer impacto, ya que esta paleta le imprimía al espacio un efecto muy especial.

Preparados para ingresar al agua, nos informaron que solamente la laguna Piedra está habilitada para bañarse. Hacia allí fuimos e inmediatamente nos sumergimos. A pesar de estar ubicada a más de 2.000 metros de altura, nos sorprendieron sus aguas agradables y casi tibias. El contacto con la sal se hizo sentir en especial en la cara y los ojos y, una vez fuera del agua, todo nuestro cuerpo se cubrió de un blanco tiza que perduró hasta que nos lavamos con agua dulce.
Nos dedicamos a comprobar las propiedades de las aguas salinas: y sí, todos observamos con qué facilidad el cuerpo se sostenía por sí mismo sin hundirse.
El salar está formado por una acumulación de sales precipitadas y el líquido se junta solo allí donde existe aporte de vertientes subterráneas, lluvias y termas. Tres son los espejos de agua salada que componen la cuenca: Cejar, Piedra y Tebenquiche, con el conocido cordón de fuego de los Andes de fondo. No es extraño ver colonias de flamencos, una de las pocas especies de aves que subsisten en este suelo agreste. En conjunto, una vista admirable, de características diferentes a los clásicos paseos turísticos de la zona.

El atardecer nos sorprendió al borde de una de las lagunas y disfrutamos de la maravilla de sus colores pastel y las sombras propias de la puesta de sol.
Según informan los guías, el alto nivel de salinidad hace que estas lagunas tengan una mayor capacidad de flotación que el mar Muerto. Sin entrar en disquisiciones sobre el tema, lo importante fue la posibilidad de probar que esos componentes salinos nos permitieron mantenernos boyando como un corcho. Ciencia aparte, nuestra diversión estuvo asegurada.


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