Casi sin darnos cuenta, un pequeño camino que se hallaba a la izquierda nos invitaba, cartel mediante, a introducirnos en uno de los sitios más bellos y asombrosos que tiene Chile: el Valle de la Luna.
Una asociación indígena, formada por varias de las comunidades de la zona (Coyo, Larache, Quitor, Sequitor, Solor y San Pedro), es la encargada de permitirnos el paso a uno de los santuarios mejor conservados y más exóticos que tiene la naturaleza en esta región.
Comenzábamos a distinguir los distintos colores y tonalidades que tiene la superficie, cuya pigmentación salpicada siempre de blanco nos hace entender en forma inmediata el porqué del nombre del lugar.
De Las Tres Marías al Filo
El folleto que nos entregaron en la entrada nos sirvió de manera perfecta para identificar las distintas formaciones que se sucedían a medida que avanzábamos.
Nuestra atención se vio alterada por la presencia de un gran filo de arena, el cual era trepado hasta su cumbre por cientos de personas que tenían el mismo objetivo: observar desde allí arriba la puesta del sol. Todavía era temprano, por lo que decidimos continuar viaje hasta detenernos en una formación llamada Los Vigilantes o Las Tres Marías.
Compuestos por granito, piedras de cuarzo, gemas y arcilla, se trata de tres flacos picos tallados por el viento y erosionados por la sal del desierto. Dicen que tienen más de un millón de años de antigüedad.
El Anfiteatro, por el mismo camino, fue otro de los puntos que más nos llamó la atención. Los colores y formas se encargan de rodear un terreno despejado que desde arriba parece la arena de una inmensa plaza de toros, pero lunar.
Ya nuestros ojos habían visto mucho. Sin embargo, nos aguardaba lo mejor. Los minutos pasaban como segundos y el sol comenzaba a bajar lentamente. El volcán Licancabur observaba como desde hace millones de años el mismo espectáculo.
Aplaudir a Natura
En minutos formábamos parte de esos miles que todos los días del año en San Pedro de Atacama esperan ansiosos el último rayo del sol.
Decenas de personas caminaban por los filos de arena en busca de la ubicación perfecta mientras sus cámaras aguardaban para dejar registrado el momento.
Fueron apenas segundos los que tardó “Inti” (como aquí le dicen) en decir “adiós”, lo cual motivó un aplauso generalizado hacia la naturaleza. ¿En qué otro lugar del mundo el hombre aplaude a la naturaleza simplemente por su rutina diaria?
Quizá sean los atacameños uno de los pueblos que, agradecidos desde tiempos inmemoriales, siempre aplaudieron al Sol, cuando sale y cuando se va. A pesar de haber sido dominados por los Incas primero y luego por los españoles, continúan hasta hoy escribiendo su propia historia.
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Para tener en cuentaCuando hay luna llena, miles y miles de personas de todas partes del mundo se acercan al Valle de la Luna. Fanáticos de la luna y el sol se dan cita aquí esos días. San Pedro de Atacama se vuelve mágica y, por supuesto, no queda en ella lugar ni para un alfiler.
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