Sergio Balboa es un reconocido vecino de Lago Verde. Hombre de campo, de muchos años en el pueblo, ha presenciado los inicios de esta población rural y la vio crecer hasta convertirse en lo que hoy ofrece al visitante.
Como buen anfitrión, nos invitó a compartir un asado en su recién estrenado quincho. A la hora prefijada estuvimos allí. “Churrasco Quemado” decía un cartel en la entrada de este lugar donde habitualmente reúne a sus amigos.
Don Checho, ese es su sobrenombre, estaba frente a un cordero al asador. Lentamente le agregaba pebre, un típico aderezo chileno, similar al chimichurri en Argentina, que le da a la carne asada un sabor muy especial y evita que se seque.
Le pedimos que nos contara el “paso a paso” y no tuvo ningún inconveniente en compartir su experiencia. Nos dijo cómo preparar previamente la carne y el fuego, empleando toda la paciencia disponible para acompañar la cocción.
Dijo que es fundamental contar con un animal joven alimentado con buenos pastos. Una vez faenado, se lo deja al aire por unas horas y se le realiza un marcado en las costillas sujetándolo fuertemente a una cruz de hierro.
La leña para armar el fuego debe estar seca y ser de tipo duro para que despida gran calor. Luego, se debe esperar a que se convierta en brasas para ubicarlas debajo de la cruz colocada en forma vertical, inclinada y enterrada en la tierra.
“Hay que acercar la cruz a las brasas a la distancia en la que el calor comience a cocer la carne; la parte de las costillas primero. No se debe apurar y la llama no debe decaer”, palabras agregadas por don Checho.
Como en el pasado
Mientras manteníamos esta conversación, alguien acercó vino tinto en bota de cuero. Fueron pocos los que se atrevieron a la ceremonia de apuntar a la garganta con el vino saliendo en forma de chorro. Don Checho y otros tres muchachos presentes pasaron la prueba.
Mientras hacía referencia a la manera de asar, continuaba acercando brasas a la parte baja de la cruz sin desatender el fuego secundario. En un momento, dio vuelta el costillar. Llevó casi tres horas cocer y dorar completamente la carne para que estuviera lista para ofrecerla a los comensales.
Fueron llegando otros invitados y la charla informal continuó mientras don Checho nos entretuvo con sus historias del pueblo que resultaron muy interesantes.
Quisimos conocer otra de las especialidades: “Asar la cabeza de una vaquilla bajo tierra, envuelta en una tela de arpillera húmeda sobre piedras calientes”, nos contestó.
Lentamente, el asado fue llegando al punto culminante y don Checho y su señora nos invitaron a acercarnos al asador. Varios secretos habían sido divulgados y otros, quizá, quedaron sin decir.
Como se acostumbra en el campo, don Checho llamó a su principal invitado, le ofreció su propio cuchillo y lo invitó a cortar por sí mismo el primer trozo de carne directamente del asador. Prueba de cortesía del dueño de casa.
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