Paseos y excursiones:
Vida campestre en La Junta
Mónica Pons Eduardo EpifanioCambiamos por unos días las tensiones que se viven en las grandes urbes por la sencilla calidad de vida que nos muestran los que viven y trabajan la tierra a diario.
Decidimos realizar un viaje de vacaciones desde nuestra ciudad de origen e incluimos en nuestro recorrido una vivencia diferente a las habituales: nos alojaríamos en una casa de campo para experimentar las tareas que normalmente se llevaran a cabo allí.
Al llegar, nos propusimos levantarnos temprano y, después del desayuno, aprovechar al máximo las actividades que sus dueños habían previsto para nosotros. El olor a campo se hizo sentir desde el primer momento. La casa, en las afueras del pueblo, cuenta con su propio huerto, una arboleda de muchos años y una gran extensión verde en la que pastaban vacas y corderos y se paseaban animales de granja.
Una corta caminata hasta el río que se halla cerca de la casa nos puso en contacto con el sonido de los pájaros y el rumor del agua. Fue nuestro primer acercamiento a la naturaleza y sentimos placer al no escuchar ruidos ni motores de explosión como en las grandes ciudades.
El río se presentó calmo a pesar de enterarnos de que es caudaloso en invierno a causa de las lluvias. Nosotros, disfrutando del sol en la playa, imaginamos un paseo en el bote que descansaba allí.
Al volver, nos invitaron a pasar por el invernadero y cortar las verduras que luego se cocinarían para el almuerzo. La cocina, inmensa, despedía un suave y agradable olor a comida casera y ansiábamos el momento de sentarnos a la mesa.
Encontramos un excelente rincón en el living de la casa para leer alguno de los libros que llevábamos mientras una enorme salamandra despedía un calor muy agradable que templaba el lugar.
Francisca, nuestra anfitriona, nos contó que siempre invita a sus visitantes a alimentar los animales de granja, a cuidar el huerto y el invernadero, a recoger la fruta de estación. “El ordeñe es la tarea que más disfrutan los visitantes”, nos dijo y nos invitó a presenciarlo muy temprano por la mañana.
Al que madruga...
Nos presentamos en el galpón y fueron llegando las vacas a ordeñar junto a sus terneros. Aliro puso manos a la obra luego de atarles las patas traseras y de preparar los baldes.
Presenciamos un clima ceremonioso, de tranquilidad, sin alteraciones ni gritos. Respetamos ese espíritu y, desde un rincón, tratamos de no perdernos nada. Para él, era algo realizado desde siempre. El proceso de ordeñar las vacas de forma manual es de por sí algo diferente que casi habíamos olvidado. Además de obtener la leche que luego consumiríamos, vimos el trato que el ordeñador les daba a los animales y la ternura de la madre hacia su ternero de muy corta edad.
Dos baldes con 30 litros de leche pura y tibia fueron el resultado final. La filtró a través de paños blancos antes de llevarla a la casa. No nos alcanzaban los ojos para disfrutar de ese espacio a media luz, con tanta vida para ofrecer.
La limpieza del galpón y de todos los utensilios fue realizada con mucha higiene y cuidado. Todo debía quedar impecable para la misma tarea al día siguiente. La leche fue hervida para su utilización en comidas y la preparación de la mantequilla.
Charlamos con Francisca, quien nos refirió su vida de agricultores y criadores de ganado. Los Gallardo tienen sus propios animales y todos nacieron en el campo. Han aprendido a valerse por sí mismos con sencillez, observando siempre la naturaleza y sus comportamientos.
En esta casa de campo todo se realiza sin acudir a ayuda externa. Hasta el agua que consumen la toman de un arroyo cercano y la electricidad la genera ese mismo curso de agua. Se han acostumbrado a reciclar los desperdicios de cada uno de los sectores, con lo que el proyecto que llevan adelante abarata costos.
Tomamos conciencia de una realidad distinta a la nuestra, hicimos un alto en nuestra estresante vida urbana y apreciamos la comodidad y, a la vez, la tranquilidad que el campo puede ofrecernos.
Fue una enseñanza: para nuestros hijos y para nosotros mismos.
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