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Termas Peumayen y el buen comer

En medio del bosque nativo se alza un complejo termal que reúne una gastronomía muy pensada, la relajación que ofrecen las aguas naturales y la posibilidad de pernoctar en cómodas cabañas.

El valle de Lefincul y el río Liucura acompañan el lugar mágico que ocupan las termas de Peumayen. En un terreno con desniveles y un diseño de jardines excelente, aparecen sus edificios de grandes dimensiones junto a una pileta al aire libre.

Accedimos al predio alentados por quienes ya habían almorzado en su restaurante afamado. Luego de conocerlo, nos dispusimos a tomar un baño termal previo. Así, visitamos la amplia piscina termal techada con grandes ventanales a la vegetación verde, ideal para épocas en que la temperatura ambiental es baja. Optamos por la otra alternativa: los pozones al aire libre.

Para llegar a los pozos naturales ubicados a orillas del río, debimos bajar una empinada barranca. Dos amplios piletones nos invitaron a un chapuzón. Entre piedras, helechos y una cascada, nuestros cuerpos disfrutaron del calor de las aguas (entre 32 y 39 grados centígrados) y la tranquilidad que ofrecían los distintos verdes del entorno y un cauce manso y refrescante.

A la hora del almuerzo nos aproximamos al restaurante y tuvimos una charla distendida con su chef y dueño: Michel Moutrousteguy. Nos interiorizamos con el concepto base de su cocina de contraste, en la que ha sabido integrar la alta escuela francesa con la sabiduría de los naturales de la zona, la comunidad mapuche.

En sus pocos años de vida, Michel atesora una vasta trayectoria culinaria. Cuando inició el presente emprendimiento, se impuso el desafío de jerarquizar su cocina. “El cocinero debe ser dueño de su negocio si desea que los ingredientes de sus platos sean de alta calidad”, fueron sus palabras. Se conforma con una carta rica en sabores, ingredientes perfectos y recetas que aúnen y defiendan al mismo tiempo la alta cocina vasco francesa familiar con notas tradicionales de la zona. Así, sus platos contienen elementos como el merken, la papa miñaqui, la quinoa y los piñones o la murta, propios de la tradición indígena.

Con esa idea, diseña platos en base a lo que su huerta le brinda en cada momento del año e impone su estilo. Dejamos, entonces, que Michel nos sorprendiera con algunas de sus creaciones y, mientras esperábamos que fueran llegando los platos, nos ofrecieron un jugo exquisito de limón y poleo acompañado de pan casero y manteca a las fines herbes.

Como plato de entrada, nos sirvieron un arrollado de cerdo con relleno de carne de ciervo y frutos rojos acompañado de una compota de ruibarbo. Esa exquisita combinación halagó con suavidad nuestro paladar.

El plato principal fue una plateada: dos trozos de carne de cordero (garrón y paleta) cocidos a fuego lento, asociados a una mezcla de vegetales recién sacados de la planta: alcachofas, rábanos, espárragos y flores de rúcula. A la hora del postre, nos presentaron una copa de helados de menta negra, hinojo y frutilla, además de un crepe celestino de dulce de leche. ¿Helado de hinojo?, fue nuestro comentario. Sí, hinojo, y fue el más sabroso de los tres. En cada uno de los pasos, primó la belleza de la presentación y el sabor armónico.

No pernoctamos, pero nos llevamos con nosotros una sensación clara de relajación por el clima amable de cada uno de los que nos recibieron y, en especial, la charla con Michel. Disfrutamos sin apuros de cada bocado del almuerzo y del bienestar que nuestro cuerpo había conseguido durante la jornada en las termas de Peumayen.

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