Observando las distintas vitrinas, nos quedó claro el trabajo magnífico realizado por la familia para rescatar esa riqueza ancestral, cuidar el patrimonio cultural y compartirlo con sus visitantes.
Consta de una colección de piedras precolombinas valiosas y quizás una de las más completas del país. Unas cien máscaras rituales se suman a pipas sociales y para consumo de alucinógenos utilizados para acercarse a los dioses; además, vimos infinidad de cuentas pequeñas de colores hechas con guijarros naturales para adorno. Otras de mayor volumen fueron labradas con lunas y soles y muchas más utilizadas como herramientas de uso diario.
Nos llamaron la atención los trabajos delicados de platería y Gonzalo nos explicó que son de una civilización más reciente, de no más de 250 años. Fueran realizados mediante el fundido de monedas de plata que recibían los aborígenes como retribución por sus cabezas de ganado. Se exponen pectorales, máscaras ceremoniales e infinidad de collares y aros utilizados por las mujeres como atavío.
En la Araucanía, los mapuches dejaron su huella por la cual la actual civilización pudo entender su forma de vida, su ideología y su arte chamánico. En nuestro paso por el museo, el sentido de respeto e identidad que nos mostraron los guías nos dejó una marca imborrable que nos acercó más a los pueblos originarios.
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