Paseos y excursiones:
Ascenso al volcán Villarrica
Mónica Pons Karina JozamiEn invierno las laderas nevadas del Villarrica permiten esquiar mientras que en verano una caminata intensa lleva hasta la cima, si nos entrenamos para ello.
Cuando uno observa el volcán desde el centro de Pucón o Villarrica, ni remotamente imagina que pueda llegar caminando hasta el borde mismo de su cráter. Sin embargo, es posible: el Villarrica forma parte de las salidas de aventura más impresionantes que se ofrecen en la zona.
Su actividad ígnea constante, su dominio sobre las localidades vecinas y las vistas panorámicas que obtendríamos fueron los principales incentivos para decidirnos.
El punto de reunión para la escalada fue la agencia de turismo donde habíamos consultado acerca de la modalidad de ascenso y nuestra posibilidad física. Luego de una prueba de equipos y la presentación con quienes serían nuestros guías, partimos en un transfer hacia la base del volcán. Temprano en la mañana, con buen tiempo y expectante, el grupo charlaba en forma animada como para conocerse e ir palpando la jornada que teníamos por delante.
Al ingresar al Parque Nacional Villarrica, hábitat del volcán, el guardaparques nos ofreció una breve charla para interiorizarnos sobre algunos rasgos naturales del área protegida y sus montañas. Nos esperaba un breve paseo en aerosilla para acercarnos al punto de partida del ascenso tan esperado.
Cuando todo el grupo estuvo listo para empezar la caminata, ensayamos cómo utilizar la piqueta o piolet y los crampones bajo los borceguíes mientras que la adrenalina se sentía dentro del cuerpo. Acomodamos mejor la mochila en la espalda, reforzamos el protector solar en la cara y al grito de: “¡Ahora!”, iniciamos el andar.
A los 1.900 m.s.n.m. comenzamos la subida en hilera y en forma de zigzag de acuerdo con las técnicas básicas de montañismo. Si bien no es un ascenso técnico, requiere de un buen estado físico y resistencia y, durante este primer tramo, parecía que algunos no cumplíamos con ese requisito. Pero la fuerza de voluntad gana siempre y seguimos adelante; hicimos paradas para descansar y unificar el grupo.
Silenciosos y con pasos cortos, nos concentramos en medir nuestra energía y luego de dos horas hicimos un alto para almorzar lo que llevábamos en la mochila. Habíamos logrado los 2.200 metros de altura y, lamentablemente, las nubes nos jugaban una mala pasada: cubrían el paisaje. Divisamos sólo dos picos: los volcanes Llaima y Lonquimay. Faltaba poco, pero quizá lo más complicado. Nos dimos ánimo y contábamos con el aliento del guía.
Cuesta final
La subida hasta la cumbre la hicimos entre piedras volcánicas muy escarpadas y el olor a azufre se hacía sentir cada vez más fuerte. Finalmente llegamos a la orilla del cráter, lo mirábamos atónitos: nuestro cuerpo había resistido el esfuerzo. Nos impactó el hecho de tener bajo nuestros pies un reservorio volcánico de tal magnitud.
Rodeamos el borde para descubrir las distintas postales que incluían los volcanes Lanín, Tronador y Osorno y los lagos Calafquen, Panguipulli y Pellaifa. El viento y la emisión sulfurosa del volcán nos irritaron ojos y fosas nasales al punto de querer emprender el regreso. Antes, festejamos la conquista del Villarrica.
El descenso comenzó de lo más divertido. Sentados sobre la nieve, nos deslizamos como por un tobogán y nos frenábamos con la piqueta. Entre risas superamos esa etapa y el resto fue más fácil: encontramos la aerosilla que nos depositaría en la base.
Dimos una última mirada al gigante de la fumarola eterna y nos pareció increíble haber estado en la cima hacía solo unos minutos. Ya en la combi, de regreso al centro, nos sentimos satisfechos por nuestro rendimiento físico y por la proeza.
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