Paseos y excursiones:
Cabalgata en estancia
Mónica Pons Marcelo SolaNo hace falta ser un experto jinete para aventurarse a recorrer los campos agrestes de Puerto Natales sobre el lomo de un caballo manso, dócil y dispuesto a pasear.
En cualquier momento del año el clima es cambiante y, en unas pocas horas, se experimentan todas las variables atmosféricas. Eso sucedió cuando decidimos realizar una cabalgata en la estancia Puerto Consuelo. Sol, aire de tormenta y vientos del oeste nos acompañaron a lo largo de la jornada.
Esta finca dedicada al ganado ovino fue establecida por la familia Eberhard en 1893. Abarca desde el fiordo que hoy lleva ese nombre hasta la Cueva del Milodón. El paisaje que la circunda es de tipo montañoso y marítimo, y muy acogedor.
Nuestros anfitriones eran apasionados por la equitación y el cuidado de los caballos; también conocían el sur patagónico chileno a la perfección. Esa combinación los llevó a armar paseos ecuestres tanto para principiantes como para jinetes avezados.
Nuestra salida, de medio día de duración, tenía como destino la Cueva del Milodón. Nos unimos a un grupo y el baqueano nos invitó a acercarnos al palenque donde daba los últimos aprestos. Los caballos criollos ya estaban enjaezados con excelentes aperos de montar y riendas chilenas e inglesas. “Todos los caballos tienen distinto temperamento, son de confianza, buena rienda y condición física”, nos dijo a la vez que nos asignaba la cabalgadura y nos proveía de polainas y casco.
Al paso, animal y jinete nos fuimos presentando. Dejamos atrás el edificio principal para adentrarnos en una pampa. A poco de andar, esta se convirtió en una arboleda tupida de lengas con arbustos: leñadura, chaura, ciruelillos, calafates, michay y siete camisas, todas especies propias del área magallánica.
No todos teníamos la misma instrucción en cuanto a montar; el guía, de gran experiencia, nos facilitó la tarea e hizo de la excursión un momento de placer. La parte alta de una barda nos ofreció una vista magnífica del canal Señoret, el Seno Última Esperanza, el cerro Pratt, la Isla de los Muertos y el cerro Benítez. En este se halla la Cueva del Milodón y la Silla del Diablo. Algunos se animaron a galopar durante un trecho del camino para sentir la firmeza del animal.
Aminoramos la marcha, esperamos al resto de la caravana y el guía nos contó acerca de las características de la caverna que visitaríamos. Formada por un estrato de roca de lutita, el proceso glaciario y los vientos posteriores la habrían erosionado hasta dejar al descubierto esas tres aberturas. Restos de trozos de piel y huesos hallados por el mismo capitán Hermann Eberhard y analizados por expertos durante los años siguientes dieron cuenta de la existencia de un animal ya extinguido. El milodón era una especie de perezoso u oso hormiguero, de grandes dimensiones y hábitos herbívoros que habría habitado en los cerros patagónicos.
Al llegar, sujetamos los caballos a un palenque para ingresar a pie al predio de la Corporación Nacional Forestal, en el que se encuentra la cueva. Se la considera Monumento Histórico y Natural y motivo de preservación; una estatua de yeso del milodón en tamaño real nos permitió apreciar su tamaño.
Degustamos un aperitivo exquisito en uno de los restaurantes vecinos y luego buscamos los caballos y emprendimos el regreso bajo unos oscuros nubarrones en el cielo. Sentimos el olor clásico de tierra mojada por una lluvia reciente. Si bien el camino era el mismo, las sensaciones fueron distintas y complementarias. Tanto de ida como de vuelta la naturaleza desarrolló su clima caprichoso y nosotros nos amoldamos a ella.
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