Paseos y excursiones:
Navegación con Navimag
Mónica Pons Marcelo SolaDurante el deslizar lento del transbordador, fueron apareciendo tierras e islas inexploradas que han sido vigías silenciosos de las distintas glaciaciones.

Cuando uno cree haber visto todo en los alrededores de la ciudad de Puerto Natales, queda aún la experiencia de viajar sobre un ferry que navega entre los canales con destino final Puerto Montt.
Al subir a la embarcación, conocimos sus interiores y nos fuimos a dormir a la cabina asignada. Desde el muelle de Natales, zarpamos muy temprano en la madrugada, dejando una estela brillante en el golfo Última Esperanza.
Mientras transitábamos el canal Señoret, nos ofrecieron el desayuno y los ventanales permitieron una mirada a los bosques siempre verdes. El retroceso de las grandes glaciaciones dio lugar al nacimiento de cauces de agua entre paisajes agrestes que inspiraron a escritores y poetas.

Pasamos por los pasos White y Collingwood, los más estrechos de la travesía. Aparecieron los primeros ramales del campo de hielo del Parque Nacional Bernardo de O´Higgins, donde la Patagonia insular confronta con las maravillas de la cordillera de los Andes.
Al ingresar al canal Sarmiento, el agua cambió de coloración ya que llegaban vestigios de algunos glaciares en regresión. El solo pensar que por esas aguas navegaron goletas y embarcaciones menores a mediados del siglo XIX, cuando se fundó el fuerte Bulnes, nos hizo estremecer.
Al llegar el mediodía, almorzamos en el salón principal. El menú no era de alta cocina pero sí delicioso. Afuera el paisaje seguía ofreciendo sorpresas y transformándose a cada instante durante toda la tarde. A los bosques de lenga, ciprés y canelo se sumaron algunos saltos de agua que finalizaban sobre los fiordos.
A la noche, todos nos mantuvimos adentro y, después de la cena, el clima se hizo más festivo. Se escuchaban charlas en distintos idiomas y sonido de copas que hacían brindis por esa navegación fantástica. Jugamos al bingo y luego nos fuimos a dormir y el Navimag quedó en silencio.

Al inicio del nuevo día el movimiento casi no se sentía. Llegamos a Puerto Edén, una pequeña población sobre la isla Wellington, en la que viven descendientes de tribus alacalufes o kawésqar, marinos y nómades. La población indígena desapareció junto con la llegada de la religión y el progreso. Un caserío pequeño sobre pilotes en el declive de las montañas estaba unido por pasillos de madera elevados. Recorrimos el lugar y los lugareños nos vendieron sus artesanías de piel de foca, cuero y mimbre; complementan su economía con la recolección de mariscos.
El itinerario continuó por la angostura Inglesa, lugar propicio para el mareo dado el movimiento fuerte que sufre el barco por los vientos que llegan del océano Pacífico. Algunos logramos pasar el momento entretenidos con un ajedrez gigante dispuesto en la cubierta superior. Un barco varado, el C. Leónidas, motivó que nos contaran su historia real o la leyenda que corre por esos parajes.

Pasamos por los canales Ninulac y Moraleda. Unas toninas overas nos acompañaron un largo trecho a babor y estribor. Conocimos el cerro Maca y el golfo Corcovado, en el que, a veces, pueden verse ballenas jorobadas.
Cuando se inició el costeo de la isla de Chiloé, supimos que no estábamos lejos de las aguas del golfo de Ancud. El último atardecer antes de desembarcar nos hizo despedir los rayos del sol y recibir el cielo tachonado de constelaciones como no lo habíamos visto antes. Los salones espaciosos y las terrazas panorámicas nos despidieron de ese viaje sin lujos pero con atención esmerada a bordo.
A la madrugada del día siguiente, el seno de Reloncaví se hizo presente y con él, el muelle de los transbordadores de Puerto Montt. La travesía llegaba a su fin y nos dejaba un gusto a poco ya que dejábamos atrás las aguas, islas y parajes australes deslumbrantes, donde el sol existe aunque su calor casi no se sienta.

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