Subimos a uno de los coches y nos instalamos junto a sus ventanillas para no perder nada de lo mucho que nos prometía el viaje. Sabíamos cuán importante fue este sistema de transporte terrestre en épocas en que no existían las rutas de la actualidad y los pueblos crecían gracias al paso del tren que los comunicaba con poblaciones más grandes.
Esta actividad turística la lleva adelante la Asociación Chilena de Conservación del Patrimonio Ferroviario de Valdivia en conjunto con EFE y realiza el trayecto entre Valdivia y Antilhue, ida y vuelta. La máquina propulsora es modelo 57, número 620 y data del año 1913. Los vagones llegaron de Alemania en 1920.
Nos dedicamos a contemplar el río Calle Calle, zonas de bosques muy verdes y caseríos que se sucedían unos a los otros. El tren se detuvo en dos estaciones intermedias: Huellelhue, Pishuinco. En ambas, la gastronomía local presentaba sus mejores manjares: empanadas, calzones rotos, sopaipilla, queques, mote con huesillo.
En Antilhue, fin de la excursión, la parada fue más extensa y hubo mucho para ver. Observamos una muestra costumbrista y compramos algo para comer en el momento, entre las muchas especialidades que se ofrecían. Mientras, la máquina se aprovisionó de agua y cambió el sentido de su marcha para regresar al punto inicial, en una etapa sin paradas.
Sobre un mapa repasamos el circuito realizado y sentimos el placer de volver hacia un pasado que merece ser recordado por su influencia en la vida de los pueblos. Hoy, la modernidad nos indica que los viajes deben ser lo más cortos posibles y, quizás, se los disfruta menos.
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