Paseos y excursiones:
Cumbre en el volcán Villarrica
Mónica Pons Karina JozamiLas nieves del invierno invitan a esquiar por las laderas de esta montaña cónica; en verano, un trekking intenso conduce hasta la cima, desde donde el entorno es impactante.

Del Villarrica se dice que es uno de los volcanes más activos de todo Chile, a pesar de lo cual llegar hasta su cráter es posible cuando las condiciones básicas lo permiten. Esta excursión forma parte de las principales salidas de aventura de las agencias turísticas de Villarrica y Pucón. Su dominio en altura sobre las localidades y cumbres chilenas vecinas y su acción ígnea constante son incentivos en sí mismos.
Deseosos de probar nuestras fuerzas y disfrutar en grupo de esa actividad, nos comprometimos con una escalada de montaña que nunca olvidaremos. Previamente, los guías experimentados que nos acompañarían nos familiarizaron con el tipo de ascenso y constataron nuestras capacidades físicas. El día fijado, a la mañana temprano, probamos los equipos y nos llevaron en un transfer hasta la base del volcán. El tiempo parecía acompañarnos y todo el grupo, de buen ánimo, se preparaba para vivir la jornada con gran expectativa.
El guardaparques del Parque Nacional Villarrica nos dio una charla interesante acerca de las características propias de la reserva. De su oficina nos dirigimos a la aerosilla que nos acercaría al punto de inicio de la caminata.

Dedicamos unos minutos a realizar una práctica con la piqueta o piolet y los crampones ubicados debajo de los borceguíes; la adrenalina invadía el cuerpo e hicimos los últimos ajustes de mochila. Nos volvimos a poner protector solar en la cara y, con todo el grupo en condiciones y juntos, nos pusimos en marcha.
Las técnicas de montañismo comenzaron a los 1.900 m.s.n.m., donde avanzamos en forma de zigzag y en hilera. A esta altura, el estado físico y de resistencia se puso en evidencia y a algunos les costaba más que a otros avanzar. Seguimos adelante con potencia de piernas y más que nada, de voluntad, la cual siempre ordena nuestra conducta. Algunas paradas técnicas nos permitieron descansar, acomodar el equipo y sobretodo, aunar el grupo.

Dos horas caminamos casi en silencio y con pasos medidos para concentrar el esfuerzo. Cuando llegó el punto donde almorzaríamos lo que había en nuestras mochilas, ya estábamos en los 2.200 metros de altura. Unas nubes cubrían la zona y temíamos que lo mismo sucediera al llegar a la cima. Divisamos los volcanes Llaima y Lonquimay, y lo que restaba de camino ponía en jaque nuestras fuerzas y nuestro orgullo, ya que era lo más difícil. Los guías no dejaron de alentarnos en toda la etapa.
Final desafiante
Por un terreno escarpado, con piedras volcánicas agrestes y con un constante aumento del olor a azufre, llegamos a la orilla del cráter. Sentíamos muchas sensaciones a la vez: cansancio, la presencia de la boca del volcán que conocíamos desde siempre por su fumarola eterna y, más que nada, la magnitud de este reservorio de magma sobre el cual estábamos parados.
Resistimos el desafío y ese era el mayor placer de cada uno de nosotros. Hicimos una breve caminata por el borde para tener una vista panorámica abarcadora antes de emprender el descenso. Los volcanes Lanín, Tronador y Osorno, y los lagos Calafquen, Panguipulli y Pellaifa estuvieron ante nuestros ojos. Los gases sulforosos y el viento apuraron el regreso. No obstante, nos quedaron fuerzas para un festejo por el logro alcanzado: la cumbre del Villarrica.

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