Paseos y excursiones:
La flor de los mineros
Pablo Etchevers Pablo Etchevers - Jorge GonzálezCalama es minera por excelencia; basta con recorrer sus calles para darse cuenta de que es mucho más que una "ciudad hotel", como dicen algunos mineros que hoy la habitan.

Apenas se la transita se nota que la ciudad está impregnada de algo especial que cuesta explicar con palabras. Calama es a Chuquicamata lo que la primavera a una flor: una no podría existir sin la otra.
Aunque distantes por varios kilómetros, la gran mina encierra parte del tesoro que se gastará inevitablemente en la ciudad. Sin embargo, Calama es mucho más que una ciudad donde los mineros tienen sus familias y su hogar, aunque ellos así la definen.

La ciudad constituye la cabecera de una gran comunidad que para explotar el cobre se ha asentado desde hace décadas en uno de los desiertos más áridos y grandes del mundo: el desierto de Atacama. El río Loa se encarga de aportar el agua necesaria para que este oasis pueda funcionar como base de operaciones desde la que partir a conocer los distintos destinos turísticos que atraen al visitante.
Lujos en tierras áridas
Del paseo peatonal Ramírez sobresale en color cobre una hermosa escultura de un minero trabajando la piedra rojiza. A su alrededor, un sinnúmero de locales y edificios histórico-culturales se van repartiendo por las casi cinco cuadras que dura el paseo.

En ella aparecen distintos sitios de importancia, como la plaza 23 de Marzo, donde a toda hora se reúnen las distintas generaciones de la ciudad; desde los jóvenes que desean ver las últimas tendencias de los artesanos locales (piercings, tatuajes, rastas, remeras y trenzas para el pelo), hasta los más grandes que se introducen en las novedades de los diarios que llegan todos los días desde Santiago de Chile.
Agradecimientos y plegarias
La iglesia catedral San Juan Bautista guarda en su interior un elegante techo de cobre donado a la ciudad por Codelco que, por decirlo de algún modo, es la industria responsable de la explotación de este mineral en todo el país.

A ella acuden todos los días mujeres, en su mayoría madres y esposas de los mineros, no sólo para agradecer, sino también para pedir protección divina para todos los que trabajan en las minas.
Quizá son estos códigos propios de Calama los que la diferencian del resto de Chile. Aquí el cobre es el habitante ilustre y sus hijos, la familia minera, los encargados de que los días vuelvan a ser iguales en la prodigiosa ciudad del desierto. Porque, aunque no lo haya mencionado hasta ahora, Calama significa “brote” en su lengua de origen. Los antepasados no se equivocaron al de elegir su nombre.


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