Percibimos la avenida costanera Phillipi, sobre la cual se ven sus antiguas y amplias casas de madera construidas por los inmigrantes alemanes y que siguen en pie como casas de té, hoteles y restaurantes. Representan el pasado histórico y desde el Colono se veían más hermosas.
Existe un nuevo Frutillar, el que desea que se preserve el medio ambiente y su esencia de pueblo tranquilo, y a la vez tiene espíritu turístico de jerarquía. Contemplamos el nuevo emprendimiento de Patagonia Virgin, un pueblo dentro de otro pueblo, que apunta a este nuevo concepto. Sus primeras casas de veraneo están a la vista, tendrán su propia marina con muelle y un plan para reforestar el bosque nativo.
A pesar de no sentir frío en cubierta, decidimos ubicarnos en el espléndido interior del barco, dividido en dos zonas con amplios sillones. En la primera se destacan sus ventanales hacia el exterior y más adentro encontramos un coqueto bufé donde tomar una bebida caliente o fría acompañada de un brunch. Prestamos atención a sus finos detalles de maderas y telas y nos sentamos en sus butacas. Confirmamos que ni los motores ni el movimiento de desplazamiento se hacían sentir, lo que hizo más amable aun el momento.
Hablando de la embarcación, un miembro de la tripulación nos decía: “Tiene 20 metros de eslora, maquinaria moderna y navega estas aguas desde comienzos del 2008, cuando la Cofradía Náutica de Frutillar se ocupó de rescatar la esencia del tráfico que los colonos mantuvieron en el lago durante mucho tiempo”.
Una y mil veces dirigimos la vista hacia el vecino volcán Osorno, rodeado de una nube en su parte más alta y con un constante halo fantasmal en su entorno.
Cuando finalmente atracamos en el Club de Yates, despedimos el Colono con el placer de haber disfrutado de algo distinto que renovó nuestra ánimo y despejó nuestra mente.
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