Paseos y excursiones:

Circuito esencial por la ciudad

Desde la Plaza de Armas, en ambos sentidos, la rambla conecta con la mayoría de los lugares imperdibles de la ciudad y todo está cerca, en auto o por mar.

A lo largo de la extensa costanera marítima es posible distinguir el Club de Yates, el puerto local, lujosos cruceros anclados en la bahía y un poco más adelante, sobre la avenida Angelmó, la feria artesanal y el mercado de pescados y mariscos.

Visitamos el más reconocido y emblemático de los mercados de Chile, al que llegan las barcas pesqueras con su carga aromática y exquisita, y pudimos presenciar el duro trabajo que los pescadores deben realizar a diario. Además de comprar pescados y mariscos frescos (cholgas, machas, salmones rosados, locos, vieiras y picorocos), es posible comer en cocinerías atendidas por mujeres que suelen invitar a viva voz ofreciendo sus sabrosos platos.

Justo enfrente de Angelmó se encuentra la isla Tenglo, separada por el canal del mismo nombre. Se visita su mirador con una enorme cruz que de noche se ilumina y algunos pobladores aún ofrecen el tradicional curanto de hoyo. En ese canal se puede utilizar una de las lanchas o chalanas para trasladarse a las distintas islas o hacer una salida por agua al archipiélago de Chiloé.

Dejamos atrás el mercado para llegar a Chinquihue, pueblo de pescadores que viven en coloridos palafitos de madera cuya altura los aleja de las fluctuantes mareas. Es un pintoresco conjunto habitacional que también ofrece una gastronomía variada.

En otro momento, la opción fue salir de Puerto Montt hacia el este y conocer uno de los balnearios más populares: Punta Pelluco, donde abundan los hoteles y los restaurantes. Allí la gastronomía se basa en salmones, crustáceos y los famosos curantos, típica comida del sur chileno en el que los ingredientes son cocinados en un hueco en la tierra con piedras calientes y hojas de una planta local.

Más adelante nos sorprendió un bosque petrificado de alerces que sale a la superficie cuando la marea baja y tiene una antigüedad de más de 31.800 años.

La costanera aloja varios monumentos. Observamos una escultura de bronce que muestra a una familia de inmigrantes alemanes y a un lugareño, homenaje esa unión de culturas en tiempo de la colonización allá por 1852. También se exhibe la primera locomotora de 1906 y un lanchón chilote utilizado durante mucho tiempo para el traslado de los pobladores.

Para fortificar nuestro conocimiento de la arqueología y antropología de la zona, nos dirigimos al Museo Municipal Juan Pablo II, que nos resultó muy completo e incluye temas religiosos, leyendas típicas y algunas armas. Las fotografías y escritos reflejan datos valiosos de todas las épocas.

Nos emocionamos con la sencillez de la primera iglesia jesuítica, que fue construida en 1872 y que, por detrás, muestra el campanario que data de 1894. A pasos de la Plaza de Armas encontramos el centro cultural Diego Rivera, que alberga actividades musicales, teatrales y exposiciones de excelencia todo el año.

Hasta aquí los espacios más significativos que conocimos en una visita rápida a Puerto Montt, pero es seguro que quedan muchas más actividades, rincones y caminos que marcan la esencia de la ciudad.

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