La arquitectura predominante se enmarca en estilos provenientes de las regiones de origen de sus primitivos pobladores, que levantaron estas casas a principios del siglo XX. Construidas con maderas de roble y laurel de la zona, eran de grandes dimensiones. En la actualidad esas casas son de tipo particular o están ocupadas por recintos comerciales, como por ejemplo el antiguo Hotel Haase que aún funciona y fue declarado monumento arquitectónico. También fue interesante conocer las casas Wulf y Niklitschek.
Cuando visitamos el Museo El Colono, comprendimos la verdadera tradición de Octay. Las colecciones de objetos, máquinas e imágenes fotográficas dan idea de las tareas agrícologanaderas, los oficios y el avance de la navegación que desarrollaron los primeros colonos. Los utensilios de la vida diaria familiar y del campo dan idea de los pocos recursos con que contaban los inmigrantes pero lo mucho que lograron con ellos.
Llegamos entonces a la iglesia San Agustín, cuya torre avistáramos al llegar. Muy poco adornada y de una sencillez digna, data de 1908, cuando fue construida enteramente con madera. Se destacan sus altas columnas de piso a techo, ventanas laterales de dibujos ojivales y una variedad de valiosas tallas.
Dejamos la zona céntrica para conocer las costas del lago Llanquihue, a las que se accede por distintas bajadas. El espejo lacustre es inmenso y cada recodo de sus orillas ofrece actividades náuticas en todas sus formas, incluida la pesca deportiva. Desde cualquier ángulo, el volcán Osorno acompaña el paseo que concluyó en las playas de fina arena conocidas como Maitén y La Baja, hacia península Centinela, donde se han ubicado las residencias de vacaciones.
Puerto Octay está surgiendo a las acciones turísticas gracias a sus paisajes y balnearios de excelencia enmarcados en un agradable pueblo que no olvida a sus precursores. Los extensos bosques de pinos azules gigantes seguirán allí por siempre para que los disfrutemos en nuestro paso por el lugar.
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