Eran las 10 de la mañana del sábado y en cuestión de minutos las velas comenzaron a salir de sus mochilas para airearse y, luego de vestirse completamente cada piloto, ser infladas.
Entonces la duda se resolvió enseguida: “Fly Quique” fue la frase que al unísono dijeron todos los parapentistas cuando el primero de ellos despegó. No era que el piloto se llamase Quique, sino que la frase dicha en forma veloz se transforma en una especie de saludo a la ciudad.
“Es como pedirle una especie de permiso, una forma de agradecer todo lo pájaros que nos permite ser como humanos” me dijo un parapentista mientras le preguntaba cómo surgió la frase.
Bautismo de dragón
Apenas se infló la vela, el instructor me pidió que no dejara de correr; ya nos encontrábamos enganchados y pronto estaríamos volando. Le hice caso y casi de modo natural nuestros pies despegaron del suelo y la inmensidad del cielo iquiqueño se desplegó ante nuestros ojos.
Detrás, un grupo de parapentistas aplaudía y gritába eufórico mientras nosotros (quien escribe junto al instructor) comenzábamos a seguir en vuelo la recta perfecta que desde el aire se puede apreciar del filo de arena del cerro Dragón. Se trata de una duna natural que fue declarada patrimonio de la naturaleza en el año 2004. Con una altura de 175 metros y un largo de casi 4 kilómetros, se constituye como la mayor duna o lengua de arena que se encuentra dentro de una ciudad.
Mientras dejábamos la lengua, una pequeña pero poderosa térmica comenzó a mover nuestra vela en clara señal de que el aire caliente por el que ahora volábamos nos haría comenzar a subir.
Lentamente fuimos ganando altura. El reloj marcaba casi 1.200 metros y abajo la ciudad dejaba ver cada uno de sus majestuosos rincones: sus playas, el casino, el viejo puerto, la calle Baquedano, la plaza principal y, sobre todo, el inmenso y azulado océano Pacífico.
Fue entonces que un jote o urubú comenzó a acercarse rápidamente para reconocer qué clase de bicho o ave en vuelo éramos. El ave comenzó a marcarnos una térmica para que voláramos junto a él.
En el aire pasan cosas que pocas veces ocurren en tierra y la familia del vuelo libre es, sin ninguna duda, una de las familias más hermosas y románticas a las que el hombre puede acercarse en vida.
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Para tener en cuentaPara volar solos en parapente es necesario realizar un curso de vuelo que dura aproximadamente una veintena de vuelos, en el que, además de material teórico y práctico, se utiliza el parapente de la escuela elegida. A su vez, aquellos que sólo quieren probar una vez deben realizar un bautismo en la modalidad tandém, acompañados por el instructor de la escuela.
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