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Salto con paracaídas en Pucón
Mónica Pons M. Sola (1) y Sky Dive Pucón (2)Una vez en el aire, la geografía natural de Pucón se contempla en toda su grandeza desde un punto tan diverso que acelera el corazón y no se olvida jamás.

Una de las tantas disciplinas a las que el hombre ha accedido para elevarse hacia al cielo es el paracaidismo. En Pucón, un grupo de especialistas invita a realizar una experiencia que resulta inolvidable: saltar al vacío en tándem.
Nos acercamos para ello al aeródromo de Pucón, donde encontramos a Peter Vermehren, un avezado paracaidista de vastos conocimientos y miles de saltos de tándem en su haber. Junto a otros profesionales, cuenta con todo lo imprescindible para que cada salida sea perfecta.

Una vez presentados todos los hombres que componen el equipo del club de paracaidismo, nos acercamos al sector en el cual se encontraba el material para llevar a cabo los lanzamientos. Tuvimos una charla extensa para entender cómo eran las maniobras y todo lo que tiene que ver con la seguridad. En cuanto a este punto, notamos que los componentes de los paracaídas son revisados a conciencia en cada uso, que las cuerdas que los soportan se cambian con asiduidad y que parte del mantenimiento se realiza en el exterior del país. A su vez, cada unidad cuenta con un elemento de reserva para casos de emergencia; el comentario nos dio la tranquilidad que necesitábamos.
Practicamos los movimientos a realizar en el aire primero en tierra y recién después subimos a la avioneta. Entonces, la excitación del grupo trepó a un nivel superior ya que se acercaba el momento esperado; cuando el piloto contó con el permiso de la torre de control, despegamos.

En escasos segundos ganamos altura y nos dedicamos a disfrutar del espectáculo que teníamos bajo los pies. El lago y el volcán Villarrica, el río Trancura, los lagos Titilco y Caburgua y los volcanes Mocho, Llaima, Osorno y Lanín se admiraban como nunca lo habíamos hecho antes. Cuando llegamos a la altura adecuada, nuestro instructor enganchó su arnés y ambos nos preparamos para abandonar la aeronave.
3, 2, 1...
En ese instante fue necesario tener bien claro lo aprendido en tierra: sentarse en el borde de la puerta de la avioneta, cruzar los brazos sobre el pecho y esperar la voz que dijera cuándo era el momento. Solo treinta segundos duró la caída libre pero parecieron muchos más. Con los brazos bien abiertos, la velocidad que tomaron ambos cuerpos unidos por los arneses y la emoción contenida nos hizo gritar. El viento se sentía con fuerza sobre la cara y aprendimos qué significa la palabra vértigo.
Entonces, el paracaídas se abrió y nos columpiamos por unos segundos hasta estabilizarnos. Había vuelto la paz y en ese instante es cuando uno se siente en estado de plenitud y logra la calma necesaria para no perderse nada de lo que tiene alrededor. En cámara lenta y con algunas maniobras suaves por parte del instructor, fuimos descendiendo hasta que finalmente tocamos tierra firme.

El aterrizaje fue suave y sobre la pista del aeródromo. Comparar la sensación de caer libremente al vacío con otros deportes practicados con anterioridad nos resultó imposible; fue una experiencia única que transmitiremos a otros con el mismo entusiasmo con que la vivimos nosotros.
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