Paseos y excursiones:
Valdivia, urbana y navegable
Mónica Pons Marcelo SolaLos múltiples atractivos de la ciudad más antigua del país merecen más de una jornada para conocer lo sobresaliente.

La coqueta ciudad de Valdivia está enclavada en la región de los ríos, donde la red de navegación forma parte de lo urbano. Cuando se la visita, recorrer su casco céntrico, sus puentes emblemáticos y la salida al mar son los mayores placeres.
Realizamos un circuito turístico organizado por una agencia y nos pasaron a buscar por el hotel con su transfer y guía. El primer destino fue la avenida Arturo Pratt o costanera, principal paseo peatonal junto al río Calle Calle, donde el Mercado Fluvial, embarcaderos de lanchas de excursión y astilleros nos impactaron.

Recorrimos a pie su feria típica, en la que se ofrecen pescados y mariscos frescos, y frutas y verduras de las islas. Del otro lado del río contemplamos los edificios del Museo Histórico y del de Arte Contemporáneo. La caminata nos llevó a un punto donde se observaba el cauce del río Cau Cau, que rodea la isla Teja.
Otra vez sobre el micro, continuamos por la avenida General Lagos hacia el barrio valdiviano más añoso. Nos detuvimos en el Torreón del Canelo, puesto de vigía utilizado por los españoles en tiempos de la colonia para defenderse de aborígenes y corsarios. “El fundador de la ciudad fue don Pedro de Valdivia, lo hizo en 1522 y desde ese mismo momento fue un lugar pujante, con episodios históricos destacables”, nos dijo el guía.

Siguiendo el itinerario, notamos una arquitectura con fuerte acento alemán, dada la gran corriente inmigratoria llegada a la región luego de la Segunda Guerra Mundial. Conocimos también la zona de Las Mulatas, tradicional eje del desarrollo de la agricultura en tiempos pasados.
Nos contaron que el terremoto y maremoto de 1960 le cambió la fisonomía y la economía a una ciudad que vivía de su industria portuaria y de sus campos cultivados. Su población se levantó, buscó nuevos recursos y salió adelante.

De regreso en la zona céntrica, ubicamos la iglesia de San Francisco y la Plaza de la República o de Armas. En esta última descendimos sobre la avenida Picarte para apreciar los detalles de sus jardines y glorieta, la Casa de Gobierno y la catedral.
A continuación cruzamos el puente Pedro de Valdivia hacia la isla Teja, donde apreciamos el campus de la Universidad Austral de Chile. Una corta visita al Jardín Botánico nos ilustró acerca de especies autóctonas y exóticas que pueblan la selva valdiviana.

Nos apartamos de la ciudad para seguir por la ruta costera hacia Niebla atravesando puentes, muelles y el área donde se unen los ríos Cruces y Calle Calle para formar el Valdivia. Apareció entonces el horizonte del océano Pacífico en todo su esplendor: un espectáculo magnífico.
Aquí se escribe la historia
El Castillo de Niebla, situado en una punta estratégica frente al mar, ha dejado huellas que marcaron Valdivia durante los sucesos del siglo XVII, cuando se constituyó en su sistema de defensa. Al ingresar a las salas del museo, los objetos que comparten vitrinas (documentación, banderas, indumentaria) dejan al descubierto las ambiciones de los piratas. Por fuera, muros construidos con piedra cancagua y cañones fundidos en talleres de la Madre Patria son mudos representantes de ese pasado histórico.

Seguimos avanzando por la costa que nos condujo a los balnearios Los Molinos, San Ignacio, Calfuco y Curiñanco, mientras el mar rugía con ímpetu y sus olas rompían sobre la playa. No despegamos la vista de ese inmenso escenario que teníamos delante.
En el camino de retorno hacia el centro, degustamos la exquisita cerveza Kunstmann en su local propio. En la charla, convinimos en que la presencia del agua y su navegabilidad le otorga a esta ciudad un encanto excepcional y, con un brindis, agradecimos haberla conocido.
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